Europasur.es - León Lasa | 10.06.2013
Lo obvio. Upton
Sinclair, el novelista norteamericano ganador del premio Pulitzer, solía
repetir una frase que, en muchas circunstancias, me ha sacado de la
estupefacción: "Es muy difícil
hacer que alguien entienda algo cuando su salario o renta depende que no lo
entienda". O lo que es lo mismo, no queremos comprender aquello que,
por un motivo u otro, no nos interesa. Imagino que al respecto se habrán
escrito innumerables libros de comportamiento económico, de psicoeconomía, de
antropología, etc. Pero al final el resumen no es otro que ése.
Llevamos
años sin querer aceptar lo evidente: el
maravilloso invento de las pensiones de jubilación, tal y como lo hemos
conocido hasta ahora, ha muerto. Para hacernos más llevadero admitir esa
otra verdad incómoda, quienes parece que nos gobiernan acuden, como tantas
otras veces, al enredo del lenguaje. Si bien todo el espectro político -o lo
que queda de él- coincide en que el sistema es inviable, nadie se atreve a
proclamar cuál es la cruda realidad. A lo sumo, que hay simplemente que
reformarlo, que retocarlo. Para empezar un debate tan importante, ¿por qué no
tener el valor o el coraje suficiente de llamar a las cosas por su nombre?
La
engañifa. Si el sistema público de
pensiones respondiera a los métodos actuariales que rigen en las compañías de
seguros y en los bancos, se calcula que solamente una minoría exigua de
aquéllas respondería realmente a lo contribuido durante los períodos de cotización:
la gran mayoría excedería con creces en su cuantía total la capitalización de
esas aportaciones realizadas durante años de trabajo. ¿Cómo, cabría
preguntarse, ha sido entonces posible durante tanto tiempo en casi toda Europa
el milagro, el juego malabar? De forma resumida, con independencia de otras
variables que saltan a la vista, por lo que algunos estudiosos han dado en
denominar, no sin motivos, la "gran
estafa generacional" (The Pinch: how the baby boomer took their
children future and why they should give it back ha sido un éxito de ventas
en los países anglosajones durante los últimos tres años). Porque, en
definitiva, el sistema público de
pensiones funciona como una gran inversión piramidal cuya sostenibilidad
(bendita palabra) depende de la entrada en el esquema de más partícipes de los
que salen. Este mecanismo, que ha funcionado en las naciones europeas hasta
hace sólo unos años, ha quebrado como un castillo de arena debido a factores
como el aumento de la esperanza de vida (y el mantenimiento de la edad de
jubilación o incluso su acortamiento), la decreciente demografía, y un nivel de
desempleo estructural elevado a partir de la segunda crisis del petróleo.
Podemos dejar que las cosas continúen como hasta ahora, pero los grandes
pagadores del jolgorio serán quienes vengan detrás, esas generaciones a las
que, según David Willets, diputado británico y autor del precitado libro, les han robado el futuro y a las que, de
seguir todo igual, les van a hacer sobrellevar cargas insoportables.
Algunas
proposiciones. El panel de expertos
que, a petición del Gobierno, está elaborando un informe sobre la próxima
reforma (sic) de las pensiones ha
concluido, al parecer, que para calcular las cuantías de las nuevas se tenga en
cuenta la esperanza de vida y que la actualización de las mismas se ligue a la
salud de las cuentas de la
Seguridad Social: realmente de crack. O lo
que es lo mismo, que no se disocie su monto, como ha venido ocurriendo hasta
ahora, de las circunstancias que determinen a medio plazo su viabilidad.
Asimismo, y tras un análisis sesudo, abogan por que las medidas correctivas se
apliquen también, por razones de justicia, a los jubilados actuales. Casi de
Perogrullo. Cualquier esquema Ponzi tiene un final traumático: que se lo
pregunten a quienes invirtieron en sellos y que apenas van a recuperar el 5% de
su inversión tras años de pleitos y batallas. Pero ignorar la realidad, por más
desagradable que sea, sólo agravará los problemas en el futuro. Es decir, de quienes sostienen con sus cotizaciones a
los jubilados actuales y que ignoran si ese compromiso intergeneracional se
mantendrá con ellos, con nosotros.
En
cualquier caso permítanme algunas modestas proposiciones:
- ¿No tendrían que ser incompatibles dos o más pensiones, sean del tipo que sean?
- ¿No se podrían corregir éstas en función del patrimonio y rentas preexistentes?
- ¿No se debería discriminar positivamente las pensiones de quienes hubieran mantenido hijos (futuros cotizantes), y por tanto hubieran visto mermada su capacidad de ahorro con quienes no?
Es
lógico que haya quien no quiera entenderlo. Pero también injusto.
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